miércoles, 6 de agosto de 2008

EL MICRO - RADIO

Por: Prangano abril 08

Se me hacía tarde para salir del cantón, ya había pasado más de media hora desde que el gallo giro, de mi despertador, abruptamente había tenido la gracia de hacerme abrir los ojos, sin embargo, ahora sí, me cagaba por dentro, pues en la chamba estaba más que sentenciado por mi patrón, de que un retardo más y me mandaba a volar, al cabo había cola pa’ la chamba.

Bajo advertencia, asumí que tenía que moverle pa’ llegar a tiempo.
Ocho y cuarto, el micro que tomo y que es el que me lleva hasta el trabajo, no pasaba.
A lo lejos se veía como se asomaba su trompa, y a paso más que lento, se aproximaba a donde me encontraba. Ya harto ansioso por irme, lo abordo.
-Cóbrese uno a la Escuadrón.
Tomo asiento y saco un libro que ayude a tranquilizar mis nervios, pero ni maíz palomero, estaba que sudaba frío y en mi interior una voz decía una y otra vez: “Pinche microbusero, échale pata, que no llego”.

Cierro el libro y el chof, enciende su radio, para que lentamente a un ritmo parsimonioso, las ansias, los nervios y hasta la voz de mi interior, fueran perdiendo fuerza y así, darle paso a la felicidad.
Con un ¡pipipipí!, grito más que conocido de un grupo de salsas, es como mis sentidos adquieren validez, mi semblante se armoniza en mi cuerpo, un cosquilleo me recorre la piel, para que le de mi más sentido pésame a esos ratos de angustia, a esos momentos de dolorosa presión, de sentirme agobiado por el tiempo.

Me sereno en mi morenez y a raja tabla me dispongo a disfrutar de las rolas.
Pasan los minutos, el chof ya en su patín, solo esta cobrando y dando cambio a los usuarios de esta unidad, que al ser la causante de mi paz, hasta bonita la veo, pos es de notar que entre el subir y bajar de pasajeros, se puede aún percibir, que de perdis le dieron un trapeadorzazo al piso, que hicieron grandes intentos porque la visibilidad a través de los cristales sea un leve nítida, en pocas palabras, se rifaron pa’ que la gente estemos aunque sea algo cómodos. ¡Oras!, lo que hace una buena salsa en la radio, que hasta guapetón vi al chofer. “Me oí medio mariquita”.

Dice mi voz interna.
-Ja, ja, ja. Suelto la carcajada. Se me hacía de lo más normal que hiciera base en cada esquina, que suba pasajeros a donde se le antoje y que los baje, también donde se le antoje. Eso a mi ya no me importaba, ya que estaba hipnotizado por las notas musicales que la radio expresaba en todo su esplendor. En eso, el chof hace una maniobra y mueve la estación, ahora nos deleitaría la radio con unas rolitas de José José, del buen Pepe Pepe, que al compás de “gavilán o paloma”, más de uno la entonamos o de perdis uno que otro siquiera hacía un movimiento con los labios para simular su buen gusto musical.

Y así pasaron los minutos y las calles quedaban atrás, las salsas igual, y las baladas cursi-románticas se oían, pos era lo que prendía en la micro. Sin darme tinta del tiempo y de nada, llegamos a la Escuadrón, y pos ya me tocaba descender de tan placentero viaje.

Con unas leves lagrimas escurriendo por mis mejillas, le digo adiós al micro desde mi voz interior: “Chau manito”.

A paso lento, camino por la acera y a dos cuadras de la chamba un dejo de nostalgia desde lo más profundo de mi ser, me hace reflexionar y hallarme en mi stress cotidiano, apresuro el paso, sin embargo, ya era tardísimo. Toco el timbre de la chamba y a través de una rendijita observo como con jeta de pocos amigos, mi patrón se aproxima, abre la puerta y sencillamente me dice:
-¡Bonitas horas de llegar!, ¡Te lo advertí!
Azota la puerta y se aleja.

Me quedo ahí con mi cara de: “Ah no mames”.
Tiempo después mi desquite llegaría, bajándome del micro que pa’ variar traía muy buenas rolas provenientes de la radio, es como llego a mi ex-chamba y con aerosol en la mano, escribo en el portón: “Vivan las salsas. Pipipipí”.

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