Por: prangano abril 08
Estando en onda con la radiodifusora Estereo Joven, 105.7 de F.M., es que todos los días antes de irme a la escuela, me veía inducido a hacer uso de tan fabulosa sintonía, en esas mañanas de mi adolescencia en esta amargosa, pero deliciosa, Ciudad de México.
Lunes en la mañana, por ahí del mediodía, en aquella recóndita unidad habitacional en la que solía habitar y en la que también, me daba gusto sintonizando la estación de mi preferencia. Después de una larga rutina de ejercicio, en las que las cascaritas de basket o de fucho, se hacían vitales para el fortalecimiento de mi autoestima.
Prendo la radio y una vez sintonizada Estereo Joven, le subo a todo lo que da, y por lo regular a esas horas, se solían escuchar las interpretaciones de la banda de rock urbano que más me ha influenciado. Haragán y compañía, anuncia la locutora, es el momento idóneo para meterme a darme un regaderazo, y así, desnudo y a ritmo haraganezco sale a relucir lo mejor de mi voz, que a gritos desafinados cantó el que para ese entonces sería mi himno: “… toda la vida he sido un haragán, toda la vida he sido un pelafustán…”.
Y es así que a partir de ese día los cuates de la unidad me bautizaron bajo el mote de: haragán.
Martes y la misma rutina, Estereo Joven, y yo en mi desnudes, el agua fresca cayendo sobre mi cuerpo y el alarido rocanrolero con las canciones del haragán. Salgo de mi hogar y el mismo llamado de la raza: “¡Ese haragán!”.
Miércoles, la misma cantaleta, el bañarme e irme a la escuela. “Ese haragán, toda la vida he sido un haragán”.
Jueves y mi paciencia empieza a cansarse, mis amigos continúan en su afanoso ímpetu de hacerme pesada la partida a la escuela. “¡Haragán!. ¿Qué, cuando subes de categoría y dejas de ser haragán?”.
Viernes he inicio mi peregrinar mañanero en mi status quo de escuchar Estereo Joven, la que para ese entonces ya era mi estación predilecta, sin embargo el bañarme escuchando las canciones del Haragán y su compañía, entonarlas, deleitarme en esos momentos del baño, era algo espectacular, pero cuando guardaba silencio, desde afuera se oían las voces de los cuates: “¡Haragán, canta, oras!. ¿Qué esperas?”. En esos momentos mi limite se termino…
Al salir rumbo a la escuela les comento de manera atenta (a grito pelado) que desde entonces no sería más haragán, que lo mió era ser prangano, que haragán ya había uno. La carcajada generalizada no se hizo esperar para darle paso a un nuevo apodo en mi existencia.
Prangano, señoras y señores, nació así, sin muchos tapujos y sin muchas pretensiones, más que las de ser un fanático del haragán, y por obvias razones de Estereo Joven, la estación que me marco y me hizo descubrir en mi vida a esa gran banda.
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